

Cuando llegó ella, preguntó que si se podía elegir, a lo que le contestaron que no, porque uno solicitaría los mejores sitios; pero no se dio por vencida e insistió diciendo que el lugar que ella iba a pedir no lo quería nadie. Y era cierto, pues en los cementerios sólo quedaba el maltrecho cuerpo, nunca lo habitaban las ánimas.

Al fin la prestaron atención y decidieron darle el destino pedido. El taquillero pensaba que ni la muerte la había quitado la locura, pero nada costaba cederle un lugar deshabitado.
Ella se sintió feliz en esa soledad gris de aquel cementerio de pueblo. Se sentaba a recordar alguna anécdota de las que en vida le pasaron. Allí, a veces, acudían un grupo de niños buscando huesos de burro. Pensaban que los que estaban a los alrededores del lugar, pertenecía a esos animales. El ánima los tomaba del suelo y se los daba sa

En una de las visitas, una niña de mirada melancólica se acercó a preguntarla su secreto. Sabiendo que no la entendería, le habló de un sueño perdido. Enseguida se iluminó la sonrisa de la niña llenándose sus ojitos de chispas. La pequeña se consideraba una brujita capaz de cumplir los deseos de los tristes. Le aseguró que lo desearía tanto, que su sueño sería cumplido.
No había pasado un día completo, cuando entre la densa niebla se dibujó una figura que se acercaba a ella feliz. Fue tal la intensidad de su sentimiento, que si se descuida vuelve a la vida. Allí, en ese eterno abrazo, cayó todo obstáculo, toda zancadilla que la vida se había propuesto poner...


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